Nagasaki e Hiroshima, sólo con nombrar estas dos
ciudades nos viene a la cabeza la bomba atómica. Sin embargo, otra ciudad es
el nombre del proyecto que desarrolló dicho artefacto, el Proyecto Manhattan.
Este proyecto reunió a científicos punteros de la comunidad internacional como Albert
Einstein o Robert Oppenheimer. Fue pionero ya que por
primera vez se realizó una inversión de gran calibre monetario en un grupo de
investigación científica. El resultado del proyecto fue catastrófico para los
vecinos de las ciudades japonesas, por otra parte, el proyecto fue un éxito en
cuanto al objetivo del mismo: crear una bomba tan destructiva que acabase con
la segunda guerra mundial. Antes no se habían realizado inversiones de este
tipo ni se habían obtenido resultados que sorprendiesen de tal manera al mundo
entero. Tras ello quedó claro: invirtiendo en ciencia se pueden conseguir cosas
hasta el momento inimaginables.
En el siglo
XVIII, los
desarrollos tecnológicos eran producto del trabajo de inventores hábiles. En el
XIX se comenzaron a constatar las posibilidades industriales de ciertos
desarrollos científicos en química y electricidad, o en la utilización de
nuevas fuentes de energía, sin embargo la labor de los científicos era
mayormente divulgativa. Una vez entrado el siglo XX, el proyecto Manhattan
supuso una lanzadera de la actividad científica como profesión. Al finalizar la guerra Vannevar Bush
escribió el famoso texto “cómo podríamos pensar” donde se propone un nuevo
escenario científico en la sociedad de aquel tiempo. El conocido como laissez-faire.
Surgió así la llamada macrociencia (cuyo
máximo exponente es la exploración espacial), con objetivos
plurales, tanto científicos y tecnológicos, como militares, políticos y
estratégicos. Los años 60 y 70
suponen un momento de revisión y corrección del modelo lineal de Vannevar Bush,
los poderes públicos encauzan el desarrollo científico-tecnológico y supervisan
sus efectos sobre la naturaleza y la sociedad. Comienza entonces la llamada
tecnociencia, con la que se han dado las
revoluciones de los transportes, electrodomésticos, telecomunicaciones y las
computadoras…
Muchos
científicos se arrepintieron de participar en el proyecto Manhattan, como
Einstein: “debería quemarme los dedos con los que escribí aquella primera carta
a Roosevelt”. El resultado fue
catastrófico y no se puede negar que el desarrollo de la bomba atómica supuso
un boom científico, que ha desembocado en que hoy en día sea normal leer este
texto en un teléfono móvil y que el número de científicos en todo el planeta
sea innumerable.
Lectura recomendada aquí.
Excelente resumen de la historia. Solo echo en falta las referencias a los documentos que has leído para realizarla.
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